Monday, August 18, 2025
Ya hace ochenta años de "Rebelión en la granja", un tributo a Orwell.
Hace 80 años, el 17 de Agosto de 1945, George Orwell publicó una crítica devastadora del comunismo.
Rebelión en la granja revela por qué toda revolución comunista sigue el mismo patrón trágico: de la liberación a la corrupción y luego a la opresión.
Aquí hay 10 verdades de Rebelión en la granja que Orwell nos advirtió que nunca olvidáramos.
1. La revolución contiene las semillas de su propia corrupción
Los animales derrocan a su granjero humano, el Sr. Jones, para crear una sociedad igualitaria, pero los cerdos que lideraron la rebelión adoptan gradualmente todos los vicios humanos.
Duermen en camas, beben alcohol, caminan sobre dos patas... hasta la escena final, donde los granjeros vecinos no distinguen entre cerdos y humanos en una cena.
2. El poder corrompe gradualmente mediante pequeños compromisos
Tras la revolución, los cerdos justifican quedarse con la leche de vaca y las manzanas como alimento necesario para el liderazgo.
Esta primera pequeña desigualdad sienta un precedente que se intensifica gradualmente hasta llegar a ejecuciones masivas y a Napoleón, el cerdo, convirtiéndose en un dictador absoluto.
3. El lenguaje se convierte en un arma para controlar la realidad misma.
El portavoz de los cerdos, Squealer, cambia en secreto los mandamientos escritos de la granja por la noche… «Ningún animal beberá alcohol» se convierte en «Ningún animal beberá alcohol en exceso».
Esto finalmente culmina en la absurda contradicción: «Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros».
4. La ignorancia se fabrica para facilitar la opresión.
Napoleón, el cerdo, cría cachorros en aislamiento para que se conviertan en sus feroces perros guardianes, mientras que deliberadamente mantiene analfabetos a otros animales para que no puedan leer los mandamientos alterados.
5. La memoria histórica puede borrarse y reescribirse.
Snowball, un cerdo que lideró heroicamente a los animales en la batalla y diseñó el molino de viento, es posteriormente retratado por Napoleón como un traidor "aliado de Jones desde el principio".
El himno revolucionario "Bestias de Inglaterra" también es prohibido y reemplazado por canciones que alaban a Napoleón.
6. La propaganda es más poderosa que la fuerza física.
El cerdo Squealer amenaza constantemente con que "Jones volverá" si los animales no obedecen, mientras presenta estadísticas falsas que muestran un aumento en la producción de alimentos incluso mientras los animales mueren de hambre.
Creen que su sufrimiento contribuye al bien común.
7. La búsqueda de chivos expiatorios facilita la manipulación política.
Cuando el molino de viento se derrumba durante una tormenta, Napoleón culpa al cerdo exiliado Bola de Nieve de sabotaje.
Después, todo, desde huevos perdidos hasta herramientas rotas, se le atribuye a Bola de Nieve, desviando la atención de los fracasos de Napoleón.
8. El miedo y la violencia transforman la conciencia misma.
Napoleón usa sus perros de ataque entrenados para obligar a los animales a confesar falsamente haber conspirado con el exiliado Snowball. Luego los ejecuta públicamente, creando tal terror que incluso cuestionar las órdenes se vuelve impensable.
9. La conformidad masiva es artificial, no natural.
Las ovejas están entrenadas para corear consignas sin sentido y acallar cualquier disenso balando durante minutos.
Pasan fácilmente de "Cuatro patas bien, dos patas mal" a "Cuatro patas bien, dos patas mejor" cuando los cerdos empiezan a caminar erguidos.
10. La lealtad de la clase obrera se convierte en su explotación.
Boxer, el esforzado caballo de tiro cuyos lemas son «Trabajaré más duro» y «Napoleón siempre tiene la razón», se desplomó por exceso de trabajo.
En lugar de jubilarlo, Napoleón lo vende a una fábrica de pegamento por dinero para whisky mientras les cuenta a los animales que murió en un hospital.
Una de las frases lapidarias del libro:
"Las criaturas de afuera miraban del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo, y del cerdo al hombre otra vez; pero ya era imposible distinguir cuál era cuál."
Tuesday, June 03, 2025
Sobre el ciclismo urbano y los Pogachares dominicales
Soy ciclista, manejo bici desde que era niño, y sólo por hacerlo soy ciclista,
aunque a veces tengo la impresión de que para algunas personas o ciertos grupos
no lo sea. Ésta de acá abajo es mi última bici, una turismo de acero bautizada
"Tardis" por su carácter viajero.
Aprendí con una antigua y pesada bici china de reparto a la que yo le quedaba
chico y en la que debía tener cuidado para no lastimar mis infantiles gónadas
con el tubo horizontal. Tenía solo un piñón y frenaba contrapedal, muchos años
antes de que se les aligerase el acero -ya las hay de aluminio o carbono, para
los más flojitos-, las rebautizaran con el coqueto nombre de ‘Fixie’ y la
convirtieran en parte fundamental de la iconografía de una tribu urbana, los
hipsters.
Pienso que si los hipsters de Nueva York, Barcelona, Madrid, Munich,
Tokio, Sao Paulo o cualquiera de esas megaciudades que son muy planas, viniesen
a Caracas, con este solecito tropical que pica, eliminarían a las fixies de su
repertorio so pena de vivir enchumbados de sudor -porque la ropita hipster
también es algo especial- o con calambres, a menos, por supuesto, que se
mantuviesen rodando en la línea baja del valle de la ciudad.
Lo de los bicimensajeros en esas mismas ciudades es otra cosa, no las utilizan
por esnobismo ni por moda, sino por razones de pragmática economía; ellos no
suelen ser adinerados y necesitan un vehículo confiable que requiera el mínimo
mantenimiento.
Cuando tuve la primera bicicleta para mi talla, y además con
cambios, ví el cielo abierto frente a mí y supuso mi divorcio definitivo del
piñón fijo. Era una Caloi amarilla con asiento tipo banana, manubrio estilo
chopper y palanca de cambios de tres velocidades frente al asiento. Me sentía el
amo del asfalto.
Era un cambio sólo comparable a aquél en que a los once años
tuve al comprar mi primer par de patines “Midonn” con ruedas de goma -era la
primera vez que compraba algo con dinero ganado por mi trabajo- y dejé atrás los
de ruedas de hierro que tuve desde los siete y que sacaban chispas cuando me
lanzaba calle abajo desde los altos de Lídice hacia la avenida Sucre (desde
chico siempre le he dado trabajo con sobretiempo a mi ángel de la guarda). Con
los nuevos patines, fuí aún más audaz, también recorrí toda Caracas en las
noches decembrinas de principios de los 70’s, pero ésa es otra historia.
Cuando iba saliendo de la adolescencia, tuve una Miyata de ruta (biplato de seis
cambios), era lo que podía comprar porque las bicis inglesas, italianas o
americanas eran impagables.
Hay que recordar que en los 70’s, teníamos el chip
petrosaudita metido hasta los tuétanos, nada que no fuese un carro americano con
ocho cilindros valía la pena, todo lo japonés era considerado de mala calidad, y
las bicis no escapaban al estigma.
Los productos japoneses se estaban empezando
a abrir mercado con precios bajísimos. En ese momento no sabía que estaba
adquiriendo una de las mejores máquinas que se han construido, además de que era
muy cómoda, las palancas de cambio en las Miyata estaban en el cuello de la
potencia en lugar del tubo diagonal.
A finales de esa década, tuve mi primera experiencia de viaje en bicicleta con
un grupo de panas del barrio. Éramos casi todos Scouts desde niños y ya
acumulábamos muchos campamentos de experiencia, quisimos combinar ambas
vivencias, bicis y camping.
Montamos las bicicletas desarmadas en un autobús
hasta Maturín y desde allí, comenzamos a pedalear. No existían las alforjas de
cicloviaje como las conocemos hoy, llevábamos mochilas de lona tipo militar
atadas a la parrilla y algún morralito como bolso de manillar, todos íbamos con
gorras o sombreros, el casco ni se conocía, era realmente pesado. Pues mi
queridísima Miyata, con sus ruedas de 27” x 1, ¼”, me llevó hasta Boa Vista y de
vuelta a Ciudad Bolívar sin un solo pinchazo, lo que me parece un logro
impresionante si tenemos en cuenta que entonces no había un gramo de asfalto en
la carretera de la Gran Sabana.
De pronto, empezando la década de los 80’s, Gary
Fisher y Joe Breeze desarrollaron -para lanzarse desde las colinas del condado
Marin, en California- los primeros prototipos de lo que en un futuro muy cercano
serían las bicicletas de montaña.
Cuando llegaron las primeras a Venezuela, fué para mí otra epifanía, puesto que
solo las conocía por fotos.
Comencé a reunir y me compré la primera montañera
por cuotas (Miura de acero, horquilla rígida, triplato y seis piñones), nunca
había sido más feliz sobre una bici, era el mejor invento posible. La fiebre era
tal que antes de finalizar el segundo lustro de esos 80’s, ya había competido en
algunas de las primeras carreras de ciclismo de montaña organizadas en el país.
Iba a la universidad en ella, subía al embalse de La Mariposa todos los domingos
con mi pala atada a la bici (formaba parte del club de rutas en kayak de la UCV
y los domingos eran días de entreno - ¿saben que una vez remamos el río Orinoco
desde San Félix hasta Ciudad Bolívar?, parece fácil, pero es contra corriente y
es una ruta reventadora, pero de nuevo, ésa es otra historia-).
Iba de campamentos de fin de semana en la bicicleta, aún se podían hacer cosas
con cierta seguridad y sin saberlo, lo aproveché a tope.
Llegó la familia, las
niñas, dejé los estudios porque tocaba trabajar más. También dejé de pedalear
por un tiempo largo. Cuando las niñas tuvieron 7 y 9 años, les compré sendas
bicis de montaña rin 20” y desempolvé la mía (mi tercera montañera) y fué como
si se me descongestionase el cuerpo.
Cuando no salía con mis hijas, comencé a
pedalear de nuevo rutas relativamente largas, sobre todo hacia Los Teques, era
mi "Stelvio" particular.
Hoy, ya soy abuelo, mis hijas viven fuera del país y aunque debería estar
jubilado, sigo en este país, donde tal consideración resulta imposible. Así que,
mientras sigo trabajando, sigo pedaleando. Voy al trabajo en bici, salgo los
fines de semana a pasear por muchas horas -nunca a entrenar-, me detengo, tomo
fotografías, leo, llevo refrigerio y disfruto mucho.
El florecimiento del
ciclismo urbano, eso de utilizar la bici como medio de transporte cotidiano y no
como cosa meramente deportiva o lúdica, me ha hecho inmensamente feliz. Y aunque
aún estamos en pañales en ese aspecto, ya iba siendo hora.
Ahora han surgido
nuevas disciplinas y corrientes asociadas a la bicicleta: el ultraciclismo, que
me apasiona aunque no sé si pudiera ser capaz de completar -a tiempo- una de
esas carreras, como la NorthCape4000, por ejemplo, y que supone un tributo a las
primeras carreras del Tour o el Giro, donde los ciclistas debían ser
autogestionarios; el Bikepacking, como alternativa al cicloturismo de
alforjas, las dos tendencias me llaman mucho la atención.
Desde hace pocos años, el ciclismo se ha vuelto repentinamente muy popular, lo
que me contenta mucho. Pero como todo tiene sus bemoles, veo que también ha
surgido una especie de nueva tribu urbana que veo como unos ‘Pogachares
endógenos’, tan esnobs como ciertos grupos de corredores que van en plan
triatleta para todo.
No conciben el ciclismo sino es para las carreras, el
entrenamiento constante, la mejoría de los propios récords, el conteo de vatios
(todavía no sé qué es eso), para quienes la vida no existe sin ´el gran reto a
nosedónde´ o ´el gran fondo nosecuál´, los que no salen sin los uniformes y
zapatillas de rigor, los que se gastan $300 en una potencia porque pesa 50
gramos menos, los que glorifican las barritas, los geles y las bebidas
isotónicas pero casi demonizan una buena pizza o un refigerio de choripán con
cerveza en la ruta.
Vale, que es su manera de ver la vida deportiva, que aunque
no esté excenta de cierto postureo y aires de elitismo, no deja de ser su vida y
su manera de gestionarlo, hay que respetar eso.
Lo que me revienta, es que de
pronto, ese mismo aire elitesco les ha dotado de una pedantería tal que les
impide saludar a los demás ciclistas con los que se cruzan. Algo que solía ser
inherente al hecho de ser ciclista se está perdiendo, el ser gregario, sociable,
saludador. Ahora tenemos una nueva élite que no sólo no saluda a los demás
ciclistas sino que les miran como gallina que mira sal.
El título de este post,
hace referencia a Tadej Pogachar, el nuevo megacampeón del ciclismo mundial.
En las mañanas dominicales de la Cota Mil, incluso alguna vez me han gritado que
me quite cuando voy de paseo.
¡Vamos!, que no me le estoy atravesando a los
competidores del Tour en la bajada de Le Mont Ventoux.
Para ellos, creo que los
que van más o menos como yo, no somos ciclistas, a lo sumo, un estorbo que va en
una perola de dos ruedas, pero ¿ciclista?, naahh… si no se entra en el
estereotipo, no.
Pero yo soy ciclista, porque tengo una bici y pedaleo.
Y por ahora, lo que quiero es volver a salir de campamento en bicicleta, algunos
paseos cortos de fin de semana para empezar y luego planear viajes más largos.
Esta historia continúa.
P.D.: Me perdonan lo amuñuñao del texto, no suelo escrbir así. No sé qué le ha pasado al editor de Blogger, que no me respeta los espacios entre párrafos y por más que lo edito, al final me sale con esos bloques de letras. Gracias por su paciencia y comprensión.
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